Luego de limpiar la ciudad

Luego de limpiar la ciudad
Tras la impredecible lluvia santiaguina

jueves, 7 de octubre de 2010

Trampas tiene la ciudad...

Me gustan las grandes ciudades, pero también me asustan. Me gusta ir por los barrios aquellos en donde la vida corre chispeante y vigorosa como un manantial borboritante de aguas siempre vivas.
Fascinada por el encanto oculto y misterioso de las calles me dejo arrastrar por callejuelas sin nombre, callejones sin salidas, grandes avenidas, pasajes pequeños, esquinas y plazas escondidas.
Miro las vitrinas, los escaparates, los grandes anuncios publicitarios... deambulo por tiendas, librerías, cafés, joyerías... esquivo los barquinazos de las gentes, siempre ansiosas, nerviosas, apuradas, embuídas en un tráfico vertiginoso de una carrera precipitada que pareciera no tener fin. (¿Hacia dónde corren?).
Perdida por entre las grandes muchedumbres, no atino a pensar. Pareciera ser que hemos perdido la singularidad... grandes masas anónimas se desplazan como mutantes por entre los bocinazos que nos dejan los automóviles y las micros...
Hay días en que me gusta ir más allá, hacia esa otra ciudad que nunca o casi nunca está en las postales... Recorro los mercados con renovado entusiasmo. Deambulo por entre los puestos de verduras y de frutas en donde hombres gruesos, duros y robustos, acostumbrados a ganarle una y otra vez a la vida, anuncian sus productos a voz en cuello. Merodeo por los puestos de fritangas oliendo el fuerte olor que hiere mis narices. Me detengo ante los mesones en donde, al igual que pequeñas y grandes espadas de plata, yacen yertos los peces; ¡Qué abigarrada y colorida nos resulta la vida en los mercados!
Me gusta también contemplar los rostros de las personas, los miro con atención, me detengo a contemplarlos, los selecciono, los clasifico, los ordeno en categorías.
Hay caras duras, frías, parecieran hechas de piedra o de madera. Generalmente gruesas huellas de sufrimiento, como cicatrices, arrancan de la comisura de los labios para ir a perderse, ahí, más allá de la barbilla... la expresión de ese rostro está marchito y la luz de esos ojos, por lo general, está extinguida.
Hay también, por cierto, rostros dulces, suaves... llenos de una infantil ternura y juvenil despreocupación e indiferencia. Son los rostros de los niños y de los jóvenes... Y también de tanto en tanto, el rostro de algún adulto. Pero por lo general, los adultos llevan ese rostro amargado y triste que describíamos, como si recién hubiéremos bebido vinagre, una cara que en un rictus descompuesto de desagrado transforma la expresión en una permanente mueca de dolor y desolación.

2 comentarios:

  1. también me gustan las grandes ciudades y espero que no me cambien la cara...

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  2. lo bueno de las grandes cuidades son los sitios a donde puedes ir sin que nadie te vea, poder estar fuera de todo ruido, estar tranquilo, sin tener que caminar perseguido por la gente. :)

    saludos, césar

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